viernes, 14 de junio de 2013

Memorias de chapa

     " A donde te dirijas, siempre tendrás una parte de mí " J        

Una noche más andando a la deriva, con una mosca jodiendo. Ya hay como cuarenta huevecillos en mi cerebro. Vaya... que desastre.
"Escuchame, Amelía..." Aquel verbo inválido y mí nombre se desprendieron de labios anónimos y ocultos. Ambas palabras volaron hacia mis oídos.
"¿A dónde vas, Amelía?" Ni yo lo sabía, pero mientras más lejos mejor.
"Eso no tiene sentido..." Ya nada tiene sentido.
"Escuchame..." Me reuso, tampoco tiene sentido.
"Por favor, volvé a casa" No jodas. Voy a empezar mi narración. Adiós.
El camaleón engañoso cambió mis colores repentinamente, su piel negra lo cubrió todo, extinguiendo así mi arcoiris interno. Pero en realidad, yo nunca consideré al negro como un color; entonces digamos que simplemente el camaleón amarreta apagó la luz. Sus ojos.
"Tu poesía siempre fue patética" ¿Quién te preguntó? Encima se ríe de una manera tan cálida. Cambio mi pregunta, mejor dicho ¿quién se cree ese?
Como lo dije antes, todo está oscuro, más que el pelaje de un gorila macho. No sólo mi vida, si no este lugar, al cual me transporté inconscientemente. Y también sus ojos que se consumieron, hasta volverse dos pedazos de chapa oxidada. Odio mi vida, odio este lugar, amaba esos ojos.
"Que mujer tan optimista" No interrumpas.
Debo admitirlo, es insoportable. Pero tiene una hermosa voz.
La noche está calmada, sólo que cada tanto hay ráfagas de viento, breves e intensas. Algunas hablaban, hablaban de una manera rara e incomprensible. Creo que quieren que me aparte de este sitio. 
Se ve que un loco disparó balas de plata al cielo de luto, creyéndolo un licántropo tamaño Godzilla. Hasta el más demente puede ser un artista, para dejar magnífico cielo estrellado. No sólo un Vang Gogh, también puede un loco.
"¿Y cuál es la diferencia entre un loco y Vang Gogh?" Buen punto.
Sigo...  Doy gracias a las estrellas, a este piloto empolvado, a las ráfagas misteriosas, a mí insoportable aliento a ginebra, y a mí propia melancolía por acompañarme en la melancolía de esta noche ¡Salud!
"No te olvides de mí. Ah, y del camaleón amarreta" ¡Ja! Salud por ustedes.
"Ay, Amelía..."
Los sapos croan, como si se hubieran tragado órganos de iglesia y los grillos rechinan sus patitas unas con las otras. Siempre creí los grillos no tenían patas. Pensaba que en lugar de patas de un lado estaba el arco, y del otro el violín.
Que hermosa música hacen juntos para acompañar el cuadro de un loco y la melancolía de una loca. Pero que ironía que tan bello complemento sea destruido por la codicia de la iglesia, digo de los sapos. Se adentran los violines a más no poder, y queda esa fama.
"¿Indirecta directa?" No sé de que hablas.
De todas maneras, que placer sería acompañar esta melodía.
"Podes hacerlo, Amelía" ¿Con qué podría? Mi voz es estiércol de vaca, si hablamos como la gentuza fina. Además, mi garganta está reseca de tanto alcohol que me bajé.
"En el bolsillo del piloto"
Debo estar más que loca si oigo una voz que proviene de mis delirantes sesos y además le hago caso.



Meto la mano en el bolsillo derecho del piloto, y siento algo frío. No sé que es, hasta que lo veo. Una Hohner... Y no una Hohner cualquiera, la Hohner de él. No entiendo el cómo y el porqué, como paró ahí su armónica, su querida armónica.
Combina con las balas de aquel loco, brilla tanto, es tan hermoso ese pedazo de chapa.
Me animo a depositar mis labios en las frías celdas. Soplo, aspiro y sale un blues. Los grillos me aplauden y los sapos hacen la ola. El loco dispara una ametralladora, mientras el camaleón se sirve el té.
No puedo evitar llorar, pero tampoco puedo evitar sentirme como una mujer que está en plena menopausia. Tengo calor, estoy confundida, tengo tantas preguntas, estoy deprimida, quiero llorar y lloro, aunque ya estuviese llorando.
Una ráfaga pasó a velocidad relámpago y de una manera tan violenta, como si fuera un leopardo sediento de sangre, que casi me devora un brazo, y no el brazo inservible, sino con el que mi mano sostiene su armónica.
"Sabía que te iba a gustar"  ¿Quién eres? ¿Cómo es que...?
"No llores más, Amelía" Contestame...
"Jacobo..."
Jacobo... Mi Jacobo.. No puede ser... ¡Es su voz, su melodiosa y cálida voz! ¿Cómo no me di cuenta antes?  ¡Es Jacobo! 
"Amelía..." ¡Jacobo!  ¿Cómo es posible? ¿¡Dónde estas!?
"En el otro bolsillo..."

                                   ~ "A donde te dirijas, siempre tendrás una parte de mí" J

Presiono ese trozo de papel contra mi pecho, junto con su armónica. Corro hasta que mis piernas se fugan de mi cuerpo.
 ¡Jacobo! ¡Volvé conmigo! ¡No quiero una parte de tu ser! ¡Quiero tu ser íntegro! ¡Por favor! ¡Jacobo!
Las ráfagas intentan esquivarme para no hacerme daño, pero ya nada me importa. Ni el golpe del viento, que un camaleón tiña mis rizos rojizos de un negro azabache, que un loco me dispare una bala de plata pensando que soy una mujer lobo, o que un sapo me arranque la cabeza, ya nada me importa. Como dije antes, ya nada tiene sentido.
"¡Amelía, cuidado!"
Las ráfagas pasan por al lado mío ¿Y qué? ¿Cuidado con qué? Yo quiero que tus ojos me vuelvan a mirar. Jacobo...
"¡Cuidado!"
Un par de luces salen de imprevisto en medio de todo ese pelaje opaco. Mis sentidos se suavizan hasta hacerse mermelada de ciruela cuando su mirada se soltó sobre la mía.
Detectaba ese mirar paralizado en mí figura a una legua de distancia. Sus impecables ojos eran luces de neón, así lo fueron durante toda su vida. Los recuerdo, amarillos e incandescentes, como si sus mismas pupilas juguetonas se hubieran desayunado media docena de luciérnagas centelleantes. Esas dos canicas llamadas ojos de tigre, se venían en ruedo sobre mí, y yo las espero con los brazos abiertos.
Con una mano tengo tu Hohner y en la otra tengo el fragmento que me hiciste.
"¡Amelia, correte!"
Su piel de nácar brillaba más por el resplandor de sus ojos. Era como un ángel.
A ese camaleón se le ablandó el corazón, y cambió el tono oscuro de su piel a un claro. Al amarrete se le endulzó la piel con azúcar blanca, pero ojo, no lo discrimino por su pigmentación. Pero igual, tampoco considero al blanco como un color. Sólo digamos que el camaleón acaramelado encendió la luz, tus ojos, y esa luz era tan fuerte que también desvaneció mi arcoiris interno.



 Pero que más da, él estaba tan cerca mío... más cerca... a centímetros...
"¡Amelía! ¡No!"
En ese instante que faltaba para que nuestros cuerpos choquen arduamente, me sentí extraña, como si todo mi ser se hubiera desvanecido. Todo parecía transcurrir lentamente mientras mi cuerpo levitaba en los aires.
La luz no se extinguía, se hacía más intensa. Sólo podía ver el cielo en la posición que estaba. Las balas de plata cayeron sobre mí y la sangre goteaba por los agujeros. No sabía si mi fuerza se iba o se concentraba en mis manos, aún sostenía el pedazo de chapa y el pedazo de papel.
"¿Qué hiciste, Amelía?" Calla, ahora estaremos juntos.
"¿Cómo pudiste confundirme?"  Tal vez quería que pase.
"Amelía..." Jacobo...
Al fin mi cabeza se estrelló contra el pavimento y en tierra podía oír con claridad las bocinas de los autos.
Seguí presionando hasta el último suspiro el trozo de papel. Pero la armónica no corrió la misma suerte... Creo que le fue mejor.
 La solté sin darme cuenta cuando un proyectil plateado se adentró en mi corazón. Se alzó por  el aire majestuosamente hasta traspasar la estratosfera.
Ese glorioso pedazo de chapa, es nuestra estrella más hermosa, Jacobo. Una parte de vos que quiero compartir con estos simples mortales que de arte no entienden nada.
Somos dos locos que crearon un cielo estrellado con una sola estrella. Una sola ¡Un pedazo de chapa! Y no hay creación más perfecta que esta.

"Amelía... estarás bien..." Las luces se me apagan, querido Jacobo. Pero no te preocupes, muy pronto el camaleón las volverá a prender. Y cuando encienda tus ojos estaremos juntos.






Texto: Camille Chico

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